domingo, 20 de septiembre de 2009

La culpa es de la humedad

tiltshift

Un golpe de tecla en su cabeza lo regresó al mundo, era ya un sonido habitual esas últimas semanas, él creia que “ese tipo de cosas las impone la vida para evitar que te la pases soñando lo que no debes, lo que te van desviando del camino”. Ese golpe de tecla lo alejó de la ventana, de las piernas de Faride y de la portada de Murakami.

Metió su helado rostro de nuevo al cuarto, con cada paso la sangre subía de nuevo por encima de su cuello, calentandole las ideas. Miró de nuevo la foto de la evidencia.

 

-No hay mariposas, no hay boletos a Johanesburgo, solo hay un delgado alambre enrojecido y unos cuentos sobré el buró, lo más cercano a una mariposa en este momento es una cria de larvas comiendote las entrañas… y ninguna se convertirá en mariposa te lo aseguro, tu asesino no se basó en Tomas Harris, no hay mariposas en tu garganta y al parecer ni siquiera hay mariposa de Chuang Tzu entre tus cuentos

 

La humedad de la habitación era prominente, antes, cuando Faride la habitaba, el olor a sexo, perfume y cloro formaban una  mezcla que hacía a  Lucio recordarla todo el camino de vuelta a casa, pero ahora el moho del techo contaminaba las paredes, los libros y los pulmones de todo aquel que quisiera entrar ahí con ánimos de recordar, había leido cada uno de los cuadernillos que guardaba la víctima en su buró, en ellos describía clara, aunque no cronológicamente, lo que él había estado haciendo meses atras:

 

…Se estacionó en 5 de mayo, sus mocasines nuevos se hundieron en el charco oculto bajo la bolsa de plástico, caminó por Zapata y en plan de Ayala dobló a la izquierda…

…Tomó aquel gato de papel y gritó: ¡pinche Carlos cuando vas a dejar de hacer tus mamaditas, maricón!…

 

Lucio apretaba los ojos como para despertar de aquel intento de pesadilla, aspiraba fuerte y sentia al moho filtrársele por la nariz pudriendole parte de la cordura. ¿Era él producto de la imaginación de una prostituta?  ¿era todo esto parte del juego del asesino? ¿valía la pena esforzarse en buscar a alguien que quizá, al igual que él, no existía?

De alguna manera trataba encasillar esas últimas horas en otro tipo de rareza, una que no incluyera su no-existencia en este mundo; recordó los paseos con su madre por chapultepec, las bofetadas que le daba su padre cada que lloriqueaba, la vez que tuvo que huir de la ciudad por haber embarazado a la hija de aquel vecino en su adolescencia. Todo eso estaba en su recuerdo y no en los cuentos que Faride escribió para olvidarse de su propia porquería, sin embargo de alguna forma también él estaba ahí, conviviendo en el papel al lado de meseros chinos, un vecino músico y algún delirante novelista. Todo esto lo mantuvo aturdido varios minutos y sin saber exactamente que hacer se limitó a quitarse el sabor amargo de la boca con la botella de ron que Faride guardaba para anestesiar a sus otrora clientes.

De nuevo estaba sumido en recuerdos, pero ahora el golpe de tecla había dejado de ser efectivo, entonces por primera vez se preguntó cúal tecla exactamente era esa que sonaba y de quién era el dedo que la presionaba tan insistentemente.

miércoles, 26 de agosto de 2009

El nombre

Como cada sábado, cogiste el primer ejemplar de novedad en la librería de la esquina. Murakami. After Dark. Por alguna razón que siempre dijiste desconocer, las cosas orientales te atraen como si fueras una mosca tratando de entrar a una lámpara de Cantoya, como si ahí dentro las cosas se vieran con mayor claridad. Luego te cruzaste a comprar cigarros, una cajita con pollo agridulce, y te sentaste en la banca de siempre a leer y comer y fumar y, ocasionalmente, a soltar la mirada del libro para observar mariposas. Cosa curiosa: las mariposas sólo parecen volar para ti. Así se te pasó la tarde. Caminaste dos cuadras, subiste tres pisos y te quedaste cuatro horas. Como cada sábado. 

Mientras te vestías, parecías pensar en cualquier cosa. No me quedo, ya sabes, tengo que hacer esa cosa que hago todos los fines de semana, no, prefiero dejarlo así, gracias. ¿Qué escribes esta vez? Mariposas, obviamente. Como siempre. Mientras hablabas de tu novela, tu silueta se recortaba de la cortina, se plegaba y se guardaba en el clóset. Son historias separadas, que se unen sólo porque la misma mariposa está presente siempre; duran, digamos, un aleteo. Y entonces tu risa explotó y salpicó todo el cuarto, se desbordó sobre la cama e inundó toda la ciudad. También la primera vez había mariposas. Era lógico: era Michoacán y era marzo. Tú te perdías detrás de ellas. Tus cabellos rojizos se hacían alados, tus pecas se ponían negras; era como si tu cuerpo comenzara a llover sobre el mundo. Luego descubriste que vivías en el edificio de enfrente y visitaste de vez en cuando, sin decir qué hacías, sin hacer citas ni poner agenda. Nada de hijos, nada de viajes en común. Si hay otro encuentro, en Chiapas o en Johannesburgo, será cosa del destino, decías. La mariposa representa el destino. Quienes la encuentran resuelven de pronto su historia. ¿Qué no se hizo eso ya en una película? Puede ser; y entonces sonreíste en blanco y negro dijiste que tu novela era más positiva. Además sucede todo en una ciudad china que se llama Chiang Tzu. 

Después de Morelia pasaron cuatro sábados antes de que te desnudaras por completo. ¿Prefieres Pekín o París? París. La semana siguiente apareciste con llavero nuevo. Nunca se vieron fuera. Nunca bebieron café, nunca se dieron la mano. Creo que hubo un beso apenas, por casualidad, ese día, cuando te despediste tarde. 

¿Me recordarás mañana? Seguro, te recuerdo siempre. No te creo. Son estas malditas medicinas, es el alcohol, pero aunque sea entre sueños, te recuerdo siempre. ¿Cómo sabes qué éste no es el sueño? Es demasiado real. Entonces seguramente es el sueño. Déjame algo para saber que no. Y entonces dejaste una gorra. Y un beso. Adiós, Lucio. Desapareciste tras la puerta y tus pasos se perdieron haciendo eco, como un zumbido, como un enjambre ensordecido. Y no volvió a verte nunca. 

En ese momento pensé que eran las pastillas, pero ahora estoy seguro de haberlo escuchado: Lucio. Lucio. El nombre no era Lucio, estoy seguro. Qué difícil es trazarte, Faride. Seguramente el mayor reto de la novela. De la otra novela, la que no lleva tus mariposas puestas. Tú no debías decir ese nombre: tu historia se me viene a la cabeza como quien recuerda un sueño poco a poco, como quien avispa insectos voladores tratando de ver el cielo. ¿Cuál es el otro nombre que revolotea en tu cabeza?

domingo, 16 de agosto de 2009

Mariposas en el buró

tiltshift

Sentado en su escritorio las imágenes le asaltaban intermitentes: un cuello cercenado, hilos de sangre pudriéndose rápidamente entre las coyunturas de la piel, él acariciando esos delgados muslos cubiertos por una fina capa de vello dorado; el horror se mezclaba con la excitación, las nauseas con las erecciones; Manriquez estaba siendo algo que no había sido antes, entonces fijó su mirada en la bolsa de celofán que tenía una etiqueta colocada ahí por alguien que momentos antes había manipulado sangre: EVIDENCIA 1. Ese hilo plateado le parecía familiar, pero las imágenes en su cabeza no le permitían pensar. Vio su nombre en el expediente, él no lo conocía, sabía que su nombre no era Faride -Solo las putas, los narcos y los escritores tienen motivos para no ser quienes realmente son- solía decir, y de esos tres las putas eran las mas recias a dar su verdadera identidad, ella nunca se lo dijo y a él, hasta esa noche, no le había importado. Pero ahora sentía que la conocía del todo, quizá por eso nunca quiso insistir en su nombre, porque “no puedes sentir algo real por alguien a quien no conoces”, además a él el abandono de su esposa, su fracaso en el caso mas fácil de la historia de la policía y el alcohol le daban excelentes motivos para afirmar que estaba confundiendo sexo con otra cosa.

Manriquez salió esa noche con sus imágenes dentro de los ojos y con una fotografía de la bolsa de la evidencia para hacer memoria mas tarde, trato de recordar como fue la última vez que se vieron y decidió ir al apartamento de ella: su rostro reflejaba el azul y el verde del anuncio luminoso de ese restaurant que daba justamente frente a la puerta del triste edificio donde Lucio dejaba a Faride esas noches en las que trataba de rellenar las hendiduras que le habían dejado los años con el grasoso sabor del labial barato, –Concéntrate wey- decía mientras se quitaba ese sabor del paladar, repasó la última conversación que tuvieron allá arriba en el tercer piso del roído edificio:


-¿Tienes un novio escritor?-


-No es mi novio, es mi terapia, es solo una de tantas historias que se supone me ayudaran a sobrellevar las mamadas que tiene mi vida-


-Ah entonces tu eres la escritora, (puta, escritora, que sigue ¿dealer?) mira! eres una cajita llena de sorpresas-


-No mames Lucio, si vas a chismear en mis cosas para sacar tu pinche ironía pendeja mejor déjalas así-


-No te enojes mamacita, no puedo evitar ser pendejo a veces, así me traes, que le vamos a hacer-


Miró su cuerpo cansado recostado en la cama mientras el neón pintaba esas largas piernas de terciopelo con tonos azules y verdes, y le salto encima. Lucio pasó los minutos sumergido en ese recuerdo de nuevo con excitación pero ahora también con algo de nostalgia. Lo despertó abruptamente un ruido aparatoso, venia del departamento de enfrente, se levanto de inmediato y corrió a la ventana desde donde alcanzó a ver a un tipo que se debatía entre soltar su guitarra o pelearse a una mano con el amplificador que vomitaba esos ruidos infernales; recordaba perfectamente a ese vecino porque Faride lo había tomado como protagonista de uno de sus tantos intentos de novela-sacatraumas. Fue de nuevo al buró a buscar ese texto, según recordaba le había parecido una mariconada desde el mismo título, -algo sobre una mariposa- dijo apretando los ojos para recordar, entonces volvió a la ventana con la firme idea de que algo ahí afuera, además del vecino, también se relacionaba con lo que estaba buscando, bajó la mirada hasta ese pequeño restaurant de chinos: –¡La mariposa de Chuang Tzu!– recordó.

domingo, 2 de agosto de 2009

La psicología de Kung Pao



- ¿En qué me quedé?

- En que mataste a Faride.

- ¿En serio dije eso?

- En serio.


- ¿A la vecina o a la puta de Manríquez?


- A ver, tú dime…


(Me caga quedarme dormido. Me cagan los psicólogos. Bueno, no: me caga mi psicóloga. Ese retórico arte de romper las pelotas a fuerza de preguntar cosas cuya respuesta uno no tiene. Un judicial disfrazado de médico que le tiene miedo a la sangre. Nota mental: Manríquez es un psicólogo frustrado. O un policía que va al psicólogo. O Faride es psicóloga… ¿Quién sabe? Con lo difícil que está encontrar chamba…)


- En realidad no sé si la vecina se llama Faride. La puta de Manríquez sí, pero yo le puse ese nombre. Y es falso. Ya sabes: las teiboleras son la versión moderna de los espías internacionales, usan alias y son las únicas capaces de sacarte cualquier cosa, aunque la traigas debajo de los chones. Pero bueno, la vecina. Sólo sé que vive en el edificio de enfrente. Bueno, vivía. Y usaba minifalda, a veces. Nunca llegaba en coche, ni acompañada. Por eso me gusta. O gustaba. Salía varias veces al día y el mundo se detenía. Yo me pongo poético. O me ponía. Ya sabes, “verla es como una parábola china”, yo pensaba cosas así. “Kung Pao habla con el dragón, pas, Kung Pao se convierte en el dragón, ¡tómala!, Kung Pao se devora la cola”. Así. Ella era simple, directa, sutil y colosal a la vez. “La vecina sale del edificio y toma un taxi. El mundo se disuelve a su alrededor, la calle se detiene. Tiempo muerto. Luego la vecina regresa y ordena el mundo, las ventanas se abren al unísono, un perro ladra, un farol se enciende de improviso y se alcanza a escuchar a una mujer gritando de placer si se le presta atención a la forma de la luna”. Cosas así. Prosa oriental transmitida desde la Cuauhtémoc.


- Te gustaba mucho esa vecina, Manuel.


(Tanto como me puede gustar una mujer gritando de placer, pendeja. Tú dirás)


- Sí.


- ¿Alguna vez le hablaste?

- Una sola vez. Bajé a comprar cigarros y algo de comer con los chinos. Me la crucé saliendo de la tiendita. Yo iba hecho un tendedero: traía unos pants sucios, la playera con la que había dormido, chanclas y una gorra que me encontré en el clóset. Me enteré que la gorra era de los Bulls de Chicago cuando se me cayó en la calle. Había mucho viento, ¿sabes? Se me voló de la cabeza saliendo de la tiendita y me agaché a recogerla. Me dio un poco de risa que fuera de los Bulls. Eso debe llevar por lo menos quince años en el clóset, así que me dio, ¿cómo te diré? Ternurita. No tengo idea cómo apareció en mi clóset; yo ni siquiera soy fan de los Bulls. Alguna ex novia… En fin. Cuando levanté la mirada, estaba ella caminando hacia a mí. Y ya sabes cómo son estas cosas. “En el vendabal era modelo de revista, el pelo ondeando frente al atardecer. Jeans pegaditos, escote discreto, chamarrita color camello, paso como el del dragón que cruza el cenit”. Y te juro que me sonrió. No sé si fue mi imaginación. Luego me vio la cabeza, me tocó la gorra y me dijo: “¡Arriba los Bulls!”. Con familiaridad, ¿sabes? “Como si ya hubiéramos estado desnudos, hablando de básquet”. Entró a su edificio. Podría jurar que me guiñó el ojo. Me quedé helado, como adolescente en cortejo, vestido como adolescente y parado como adolescente. Y entonces respondí: “¿Te gusta el básquet?”, muy bajito, como si la tuviera en frente, pegadita a mí, a punto de besarnos. Pero había pasado mucho tiempo: seguramente ella ya estaba viendo la tele, o desnudándose, o masturbándose. Yo qué sé.

- ¿Qué pediste en los chinos?


- Chop suey. Lo de siempre.


- ¿Todavía te metías cosas?

- No. Estaba en rehabilitación. Tampoco me habían recetado nada todavía, estaba completamente limpio.

- Es que me suena a una de tus alucinaciones…



(¡Manuel García no alucina, zorra! ¿Qué no estás oyendo? ¡Te estoy contando una historia de amor! Por eso no confío en los psicólogos. El amor es una alucinación para ellos…)


- … ¿En serio?

- Bueno, es que, además, cuando despertaste te pregunté por la muerte de Faride. Me refería a la de tu novela. No sabía que había una vecina. En seis meses de terapia nunca hablaste de ella. ¿No la estás alucinando?


- Ya ni sé. La mataron el mismo día en que empecé a escribir la novela. O se mató: se cayó de la ventana de su departamento. Pero te juro que las patrullas han sido reales, y las líneas de gis. En todo caso, desde entonces no la he vuelto a ver. Si es una alucinación, ya estoy curado.

- ¿Seguro? ¿Cómo sabes que nada de eso es una alucinación? La vecina, tu novela, los policías, el chop suey… Es decir, fuiste adicto mucho tiempo…

- Eso dicen, sí…

- Y luego la medicina de la narcolepsia… Es más, ¿cómo sabes que yo no soy una alucinación?


(Todo se va a negro. Abro los ojos y el departamento está como siempre, el chop suey frío en su cajita, es alta madrugada y yo no recuerdo cómo terminó la sesión, ni cómo llegué yo al departamento, ni el nombre completo de la psicóloga que me ha dado terapia desde hace más de seis meses. El dragón habla de básquet y cruza, desnudo, el ocaso del chop suey. Odio a los psicólogos.)

lunes, 27 de julio de 2009

Todo el mundo sueña

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El cuerpo ya no estaba, el ministerio público había tomado las notas de rigor y los tipos del SEMEFO, ya dentro de la vagoneta; se daban el lujo de buscar el lado mas aterrador de la victima para tomarle fotos y enviárselas a sus amigos. Después de varias horas quedaba todavía un marcado olor a sangre en el ambiente, como si una piara de cerdos hubiese sido sacrificada en ese mismo lugar. Algunos niños pasaban por debajo de las bandas de seguridad dibujando con gises otras siluetas alrededor de la de la victima. Como si Faride corriese en un juego macabro acompañada de algunos fantasmas en una dimensión a ras de suelo en la que, según parece, los muertos olvidan y se reúnen en torno a flores de silicato y sangre.

Lucio Manríquez casi había sido degradado después del incidente con “la viuda de los gatos” en el que el asesino del esposo prácticamente había vivido junto a él en el mismo edificio por trece  años. Ahora cada que llegaba a su pequeño escritorio de melanina encontraba, además de los reportes del día, el garabato de un gato que algún bromista le ponía por encima de los papeles, eso lo llenaba de ira, ira que apaciguaba con un par de tragos de la licorera que escondía en su saco, dejaba un momento el bourbon en sus encías para que le quemaran las maldiciones que ahí se arremolinaban. Dos años se vio sumido en una profunda depresión, después de que su esposa lo abandonara con la excusa de que se había terminado el amor. Lucio había encontrado en los tugurios el licor y la carne suficientes para acallar ese deseo recurrente de volarse la cabeza en su misma oficina; -Todo el mundo sueña con una muerte dramática- se decía todos los días al despertar entre basura física y mugre mental; -Definitivamente no moriré así, de una forma tan anónima-. Seguía convencido de ello, aunque ya no lo veía como algo que tuviese que orquestar el mismo, y no estaba seguro a quien debía agradecerle mas: al alcohol o a la chica que había estado ahí esos últimos meses, ambos le habían costado mucho dinero, y ambos estaban ya muy arraigados en sus entrañas. –Esta puta manía de humanizar las cosas y de cosificar a la gente- decía, era un afán de equilibrar al mundo, con la esperanza de que algún día, en retribución, el mundo le equilibrase a el.

Una vez ahogadas las maldiciones matutinas se dispuso a tomar el taimado garabato, que le miraba con ojos acusadores, para “asfixiarlo” entre sus manos y terminar con un gato mas en la tumba felina que era su bote de basura. Una vez terminado el rito, sus ojos buscaron cual sería el suceso que le ocuparía las siguientes semanas, cuando tomó la hoja de papel con la fotografía de una chica degollada las maldiciones resucitaron en su mismo estomago y salieron fastuosas entre escupitajos.. era ella.

domingo, 19 de julio de 2009

Chop suey para el alma


¡¡¡RING!!! “… su legado familiar. Nuestro equipo de investigadores, historiadores y genetistas está a sus órdenes. Con una llamada puede descubrir…” ¡¡¡RING!!! “… valioso escudo de armas con su apellido, una completa revisión de la historia de su familia y un detallado árbol genealógico.” ¡¡¡RING!!! “… ¡está a una llamada de tener el poder de la historia en sus manos!” ¡¡¡RING!!!

El timbre me despierta exactamente a las 12 de la noche. El sueño Alpha es una quinceañera recién desvirgada: no te suelta, a pesar de las premuras, y es capaz de inventar toda clase de historias ridículas con la única finalidad de tenerte en su cama para siempre. Por ejemplo, estar recién despierto me hace pensar cosas como ésta, cosas que parecen una novela segura, que escribiría de inmediato de no ser porque las olvido casi siempre, o porque, en caso de recordarlas, me percato de su estupidez al instante. Tardo todavía dos timbrazos en recuperar el aliento; alcanzo a recordar que soñé con Faride. El departamento es idético a sí mismo, en penumbras: mi sillón percudido, que fue gris hace algunos buenos recuerdos; las paredes hacinadas de humedad, retocadas en ciertos rincones por cuenta de mi arrendador (que, estoy seguro, es usurero o drag queen por las noches); el espacio vacío, las sombras que se debaten el espacio con la luz del infomercial nuestro de cada noche. Un anciano vende escudos de armas y árboles genealógicos en la tele. ¿Te cae que uno puede encontrarse con su pasado en la media noche de cable? Te amo, señal satelital. Y que se mueran todos los psicólogos del mundo.

Consigo levantarme del sillón. ¿Cuánto tiempo he dormido, dos horas o quince minutos? El timbre suena de nuevo. Mi mano se acerca vertiginosamente a mi cabello, en donde parece haber transcurrido una guerra de milenios. Ahora el timbre se convierte en golpes macizos en la puerta del departamento. Retumban. Deforman la noche. A cada golpe va desapareciendo un pedazo de la estancia. Mi primer impulso es ser el buen vecino: abrir la puerta, tender una tacita de azúcar. El sueño Alpha cede a una primera conciencia, como el primer fuego del hombre peludo y sin lenguaje que somos todos desde el día uno de la historia universal. Primera luz de conciencia humana: ¿será posible que Manríquez me halla descubierto?

Reconstruyo la historia en menos de lo que el viejito de la tele me invita a llamar para pedir mi pedacito de Historia: seguí a Faride desde que salió del bar, incluso desde antes. Un grupito de juniors con ganas de un pretexto para limpiarse la conciencia en Bali. Según entiendo, no era tampoco despampanante. Nadie cuyo nombre de guerra sea Faride puede serlo; por eso la escogí a ella. Salió temprano. Se acercó a su casa. Un llavero de la torre Eiffel (siempre he querido chupar ajenjo en Montmatre, mon cherry). La asesino con un hilo plateado. Los vecinos la encuentran a la mañana siguiente. No sé qué pasa después. Intuí a un sargento o comandante Manríquez, un policía de ésos muy cabrones pero venidos a menos. Pero apenas lo intuí. Es imposible que me haya encontrado tan pronto.

Me convierto en babosa y atravieso mis tres metros de alfombra a la velocidad de una confesión. Lento, pesado. Tocan la puerta de nuevo. Los golpes retumban y tumban un pedazo de la tele y buena parte del mueble donde guardo la mota que alguna vez pensé fumar pero que a estas alturas debe parecer sopa de cilantro. En estas situaciones, me hubiera gustado presionar a mi arrendadrag para que instalara mirillas en las puertas; en lugar de ello, cambió las cerraduras de la puerta principal del edificio. Cosa que a Manríquez, como buen comandante o sargento o judicial que sea, le importa un pepino. La puerta retumba. Desaparece la computadora, el reloj de pared. Doy un largo suspiro. Me convierto en Tarantino. La puerta resopla de nuevo, y esta vez desaparecen las tres cerraduras. No me queda más remedio que abrir la puerta. Pinche Manríquez. Pinche arrendadrag, me cacharon. Te digo que instales las putas mirillas.

- ¿El señol… Galcía?
- S-sí, soy yo.
- Olden de chop suey y lollitos plimavela. Cincuenta peso, pol favol.

Zopetón de conciencia. La luz del pasillo no descubre el comando SWAT especializado en crimes pasionales que me esperaba. No hay metralletas, ni cascos con visión nocturna; el teniente o general o cabo Manríquez no está apostado en mi puerta con su gabardina de Dick Tracy y su sombrero cool de los cuarenta. Se escuchan sirenas con eco, lejos, pero no parecen tener nada que ver con mi departamento. En lugar de todo eso, hay un chino ínfimo y con los ojos hinchados que me ofrece una cajita blanca y dos palillos, bajo una gorra que parece frita junto con los rollitos. No sonríe, pero tampoco se queja por haberme tardado tanto al abrir. El estoicismo oriental.

Balbuceo, pago, propina. Cierro la puerta. Estado de conciencia: 65%. Con mi cajita en las manos, me asomo por la ventana. La abro por instinto, separo los palitos, doy un gran bocado de rollito primavera. En la esquina se alcanza a ver el letrero del restaurante chino que abre las 24 horas, tremenda bendición para este escritor pecador que suele pasar la noche con el insomnio. A unos cuantos metros, casi debajo de mi edificio, todavía una sirena resguarda a los peritos que siguen recolectando pistas del asesinato que hubo ayer por la noche. Los fideos del chop suey surten su efecto vigorizante: estado de conciencia: 75%.

Lo de la chica me lo inventé, debo admitir; no es sexy declarar que el muerto no es una jovencita de familia o una teibolera arrepentida o enojada. Parece que fue una inquilina del departamento de enfrente. Es probable que se haya suicidado (el insoportable salpicón de sangre que llegó hasta autos a más de 10 metrtos es un testigo infalible), pero los policías prefieren no dar nada por sentado. Tal vez la empujaron. En todo caso, un buen escritor sabe que cualquier historia puede convertirse en una buena novela si se le invierte la cantidad justa de hormonas y fantasías reprimidas al asunto. “Descubra a sus antepasados ilustres, el origen mítico de su estirpe, ¡Llame ya!”. Vaya, toda historia es más salsa agridulce que col hervida.

En mi computadora todavía parpadea el cursor sobre el punto final de mi primer capítulo, “Untitled 1”. Lo leo a conciencia. Quién sabe: ésta podría ser la primera novela de éxito de mi vida. Estado de conciencia: 100%. Como nunca, estoy inspirado para continuar escribiendo. Me convierto en Woody Allen… ¿qué significará “Allen”?

lunes, 29 de junio de 2009

Untitled 1

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No hacía falta terminar el turno, la noche resultó fructífera como pocas. Faride había encontrado que ese grupito de juniors le ayudaría a irse antes de su salida habitual, lo supo desde el momento que, al bailar frente a ellos, le habían puesto entre sus tetas una jugosa propina en dólares. Faltaba media hora para encender las luces que invitaban a los clientes de L'inferno a desalojar y ella ya estaba terminando de lavar las huellas de manos y la saliva que minutos antes le había suministrado su último “amigo”. Huir antes, aunque fuera por unos minutos, era siempre una ventaja, sobre todo porque los clientes mas testarudos se agolpaban cerca de la entrada para solicitar que los “favores” otorgados se extendieran algunas horas más, lo que comúnmente provocaba desavenencias que desembocaban en gritos, bofetadas y policías.

-¡A la chingada!- dijo Faride tomando su bolso sin ocultar una enorme sonrisa, y pasando casi desapercibida, a falta de peluca y con sobrada ropa, cruzaba la puerta que daba a la calle, un par de cuadras mas adelante estaba su coche que la llevaría a su pequeño departamento en el centro de la ciudad.

La calle estaba oscura, algo habitual en aquella zona, pero que a ella, hacía tiempo, había dejado de amedrentarle, caminaba a paso firme tarareando “Stop Crying Your Heart Out “, la cabeza, casi metida en su bolso, trataba de encontrar el llavero en forma de torre Eiffel, pero la oscuridad y sus manos entumecidas por el frio no lograban el objetivo. -Take what you need.... (all i need are my fuckin’ keys) and be on your way .... And stop crying your heart out-. Había terminado el estribillo cuando palpó una pequeña cadena que unía dos objetos, -ah, mis llaves!- concluyó. De pronto, apenas en un parpadeo una presencia se manifestaba justo a sus espaldas, no alcanzó a soltar su bolso cuando vio los puños de aquel ser pasarle por los costados de la cara, un segundo después un fino hilo metálico amenazaba su garganta mientras ella luchaba contra esos guantes que lo jalaban desde la nuca, la luz era insuficiente para ver siquiera alguna silueta reflejada en el cristal de su auto y en poco tiempo empezó a sentir que un liquido caliente le empapaba los pechos, el aire dejaba de pasar mas allá de su boca, sentía como metal habría paso a través de la carne y como se atoraba momentáneamente en algún músculo, sus labios de hinchaban y el entumecimiento casi exclusivo de sus manos se había propagado ya por toda la cara, para ese entonces estaba tan segura, como unas horas atrás, que la vida terminaría antes de tiempo.

Horas después, la luz del día exponía a los vecinos la horrible escena: ahí, entre la basura, un rostro aterrado enmarcado en un charco de sangre, un hilo metálico le atravesaba la garganta, a sus pies un bolso blanco de vinil por el que asomaba una pequeña torre Eiffel y las ganancias integras de aquella noche.