domingo, 16 de agosto de 2009

Mariposas en el buró

tiltshift

Sentado en su escritorio las imágenes le asaltaban intermitentes: un cuello cercenado, hilos de sangre pudriéndose rápidamente entre las coyunturas de la piel, él acariciando esos delgados muslos cubiertos por una fina capa de vello dorado; el horror se mezclaba con la excitación, las nauseas con las erecciones; Manriquez estaba siendo algo que no había sido antes, entonces fijó su mirada en la bolsa de celofán que tenía una etiqueta colocada ahí por alguien que momentos antes había manipulado sangre: EVIDENCIA 1. Ese hilo plateado le parecía familiar, pero las imágenes en su cabeza no le permitían pensar. Vio su nombre en el expediente, él no lo conocía, sabía que su nombre no era Faride -Solo las putas, los narcos y los escritores tienen motivos para no ser quienes realmente son- solía decir, y de esos tres las putas eran las mas recias a dar su verdadera identidad, ella nunca se lo dijo y a él, hasta esa noche, no le había importado. Pero ahora sentía que la conocía del todo, quizá por eso nunca quiso insistir en su nombre, porque “no puedes sentir algo real por alguien a quien no conoces”, además a él el abandono de su esposa, su fracaso en el caso mas fácil de la historia de la policía y el alcohol le daban excelentes motivos para afirmar que estaba confundiendo sexo con otra cosa.

Manriquez salió esa noche con sus imágenes dentro de los ojos y con una fotografía de la bolsa de la evidencia para hacer memoria mas tarde, trato de recordar como fue la última vez que se vieron y decidió ir al apartamento de ella: su rostro reflejaba el azul y el verde del anuncio luminoso de ese restaurant que daba justamente frente a la puerta del triste edificio donde Lucio dejaba a Faride esas noches en las que trataba de rellenar las hendiduras que le habían dejado los años con el grasoso sabor del labial barato, –Concéntrate wey- decía mientras se quitaba ese sabor del paladar, repasó la última conversación que tuvieron allá arriba en el tercer piso del roído edificio:


-¿Tienes un novio escritor?-


-No es mi novio, es mi terapia, es solo una de tantas historias que se supone me ayudaran a sobrellevar las mamadas que tiene mi vida-


-Ah entonces tu eres la escritora, (puta, escritora, que sigue ¿dealer?) mira! eres una cajita llena de sorpresas-


-No mames Lucio, si vas a chismear en mis cosas para sacar tu pinche ironía pendeja mejor déjalas así-


-No te enojes mamacita, no puedo evitar ser pendejo a veces, así me traes, que le vamos a hacer-


Miró su cuerpo cansado recostado en la cama mientras el neón pintaba esas largas piernas de terciopelo con tonos azules y verdes, y le salto encima. Lucio pasó los minutos sumergido en ese recuerdo de nuevo con excitación pero ahora también con algo de nostalgia. Lo despertó abruptamente un ruido aparatoso, venia del departamento de enfrente, se levanto de inmediato y corrió a la ventana desde donde alcanzó a ver a un tipo que se debatía entre soltar su guitarra o pelearse a una mano con el amplificador que vomitaba esos ruidos infernales; recordaba perfectamente a ese vecino porque Faride lo había tomado como protagonista de uno de sus tantos intentos de novela-sacatraumas. Fue de nuevo al buró a buscar ese texto, según recordaba le había parecido una mariconada desde el mismo título, -algo sobre una mariposa- dijo apretando los ojos para recordar, entonces volvió a la ventana con la firme idea de que algo ahí afuera, además del vecino, también se relacionaba con lo que estaba buscando, bajó la mirada hasta ese pequeño restaurant de chinos: –¡La mariposa de Chuang Tzu!– recordó.

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